lunes, 26 de marzo de 2012

Diestra y Siniestra

Vaya extraña noche la de anoche. Dormía, de la manera que siempre lo hago, boca abajo, de piernas cruzadas en forma de flor de loto, mano izquierda debajo de la almohada; y si el nivel de relajación lo ameritaba, boca abierta y si, lo acepto, algo de baba. No es una posición muy ortodoxa para dormir; una extraña habilidad la llaman algunos.

Mi habitación es particularmente oscura ya que debido a ciertos altercados que he tenido con el Señor Sol que ha venido a tomar como costumbre el escabullirse todas las mañanas por entre las persianas y restregarme en la cara que ya es muy tarde para estar dormido, decidí identificar al susodicho señor como persona non grata y clausurar de manera indefinida su entrada a mis aposentos.

En fin, dormía. Cuando de pronto una mano extraña me arrebato de mi quinto sueño y desperté en un tempestuoso forcejeo. Luchando por mi vida trataba de quitarme de encima esa mano que me presionaba la cara contra la almohada, me jalaba del cabello, me aplastaba la nariz, empujaba mis orejas, rasguñaba mis mejillas, hasta que asesté un golpe certero que le alejó de mi y pude levantarme.

Con la respiración visiblemente agitada y el rostro desaliñado quede sentado sobre el colchón, escuchando nada más que el silencio, volteé para todos lados buscando al asesino, y nada. Era solo yo quien estaba en esa habitación, y nadie más. Volví a recostarme.

En eso escuche de nuevo que algo se movía y sin pensarlo, en una maniobra casi acrobática lancé un veloz manotazo con el que alcance a asirle de la mano al tiempo que de una patada alcanzaba el interruptor de luz iluminando la habitación, y finalmente lo vi todo. Ahí estaba yo, tirado con medio cuerpo fuera de la cama, sosteniendo mi propia mano derecha. Y de nuevo el silencio.

Totalmente desconcertado pasé 53 segundos viendo fijamente mi mano derecha, cómo esta se retorcía tratando de librarse de la manita de cochi que, por más estúpido que parezca, mi mano izquierda audazmente le aplicaba, hasta que la derecha cedió. Entonces la solté.

-Me voy -Dijo.

 Mi cara de desconcierto se hizo aún más evidente y dije:

- ¿Queee?

- ¡Que me voy! ¡Tienes dos meses sin usarme! Esta no es vida para una mano derecha – continuó-  humillada por una mano izquierda que ahora hace alarde de sus grandes habilidades y de la facilidad con que se ha encargado de mis labores. Aprovecho ahora que ya no hay hueso de por medio que nos una y tomo mi independencia...tu ya tienes quien te revuelva el chocomilk.

Y con esas últimas palabras, se fue. Dejó escrito en una carta que se iría al Timbuktu a tocar los bongos y beber cerveza en el Bar de la vieja tribu....Yo sigo pensando que tarde o temprano regresará.


Esta historia fue escrita y es idea original de mi mano izquierda.