viernes, 25 de marzo de 2016

Conversando con el viejo avinagrado

"No me enseñaron a amar."- Respondía el anciano.

Esa era su excusa para ser el viejo avinagrado que siempre era. El decía que la vida nunca le dijo cómo amar, que su corazón alguna vez joven y vigoroso buscó el amor una y cien veces, que poco a poco se fue marchitando, que no quiere saber nada del maldito amor.

Su arrugada mirada parecía distante, aparentaba vivir en otro mundo, en otro tiempo; recordando siempre, abrazado a la vida que alguna vez tuvo, enamorado de la añoranza. El pobre viejo tomaba un sorbo de su cerveza caliente, dejaba que un cigarrillo se consumiera solo sobre la mesa, luchaba contra una lágrima obstinada que pesaba sobre sus párpados, rasgaba con la mano izquierda en la orilla del brazo de su sillón.

Guardé silencio por un rato; le pregunte dos veces en que pensaba.-  "Intento detener mi corazón" - Respondió.

miércoles, 20 de enero de 2016

Amor Plástico

No solía caminar a menudo por esa calle, pero aquella noche, por azares del destino; por una de esas veces en que, por faltarle el respeto a la rutina, decides caminar derecho en vez de ir a la izquierda; tomé aquella ruta que me llevó hasta ese lugar donde pasó lo que pasó:

Iba yo por aquella calle extremadamente oscura que caminé más bien como un reto a mi propia valentía que como un atajo a mi destino. La luz mercurial que alumbraba la calle había estado fallando desde hacía varios días y había decidido por si sola prender de manera irregular e intermitente dependiendo de su humor.

De pronto una luz que se encendió en el ventanal de un edificio que se encontraba en la acera contraria llamó mi atención. No soy un curioso compulsivo ni mucho menos un acosador nocturno, pero supongo que esa vez no pude resistir porque lo que ví era ciertamente irresistible. Me acerqué lentamente confiado en que, estando tan iluminado dentro del edificio, y tan oscuro fuera de él, era casi imposible que me vieran.

Fué asi como mis ojos se encontraron con aquella hermosa mujer de cabello castaño y labios rojo carmesí, que se encontraba ahí, con la mirada perdida en el horizonte invisible de la noche. Como bien lo supuse, ella no podía verme porque nunca se inmutó con mi presencia. Como por instinto me ví atraído hacia ella, hipnotizado por su encanto, y quedé ahi parado, oculto en la oscuridad, contemplándola, deseándola.                                

Vestía un sobrio y elegante traje sastre que, a mi gusto, la hacía lucir aún mas provocativa. Aquella falda pegada al cuerpo que delineaba su esbelta figura y que terminaba apenas arriba de las rodillas; una blusa blanca que en su escote dejaba ver apenas el inicio de sus pechos perfectos y unos anteojos que le daban un aire audaz e intelectual.

 La recorrí toda con la mirada; 37 segundos tardé solamente en recorrer sus piernas y disfruté cada centímetro de ellas como si realmente pudiera tocarlas. Mi irreverente imaginación no tardó en despojarla de sus ropas para mostrar su desnudez exquisita y yo trataba de discimular mi excitación mientras que mi cuerpo me traicionaba; mis piernas se doblaban e inconscientemente inclinaba mi cabeza como tratando de asomarme por entre sus piernas, hasta lo más profundo. Su sexo descubierto ante mi, inmaculada perfección de labios carnosos y piel de durazno que al primer contacto con mi mirada desató en mí un violento suspiro entrecortado, tensando cada músculo de mi cuerpo y convirtiendo mis manos en puños de piedra.

Y continué recorriéndola, imaginándola a travéz de sus ropas; aquella blusa blanca que dejaba entrever el color de su piel, la forma perfecta de sus senos, e intuir el color claro y rosado de sus pezones que al más mínimo contacto se yerguen y disparan un escalofrío que llega hasta el último rincón de su cuerpo. Las delicadas líneas de su rostro esbozando una coqueta sonrisa apenas descifrable que me contagió de inmediato y dibujó la misma sonrisa en mi boca, como respondiendo a la de ella. Sus ojos verde esmeralda que se refugiaban detrás de esos anteojos pero que aún así dejaban sentir su mirada fija y penetrante hacia el horizonte. Esa boca de color rojo intenso que invitaba a invadirla sin remedio y en la que ya imaginaba la infinita pausa del momento previo cuando nuestros labios se tocaran con el aliento mutuo, el segundo más largo, la espera eterna del beso.

En ese momento, algo interrumpió mi viaje a travéz de su geografía corporal y me despertó de ese sueño inevitable de verla desnuda frente a mí. Era otra mujer, una rubia que llegaba y me hizo poner los pies de nuevo en la tierra y la verguenza me invadió al darme cuenta que había sido sorprendido en mis pensamientos de lujuria y tornandose mi tez roja, de inmediato me alejé de la ventana y volteé la mirada hacia otro lado, pero no pude alejarme más; porque no quería dejar de verla y perderla para siempre.

Aún la observé desde lejos por la comisura de mis ojos; ninguna de las dos daba cuenta de mi presencia, y fue en ese momento cuando un disparo de adrenalina corrió por mis venas y mis ojos salieron de sus órbitas mientras que veía como la recién llegada comenzaba a acariciarle el cabello. Nerviosa, volteó a su alrededor para cuidar que nadie la observara y comenzó a recorrer su cuerpo con sus manos, todo completo, introduciendo sus manos bajo su falda y su blusa, disfrutando su piel tal como yo lo había imaginado minutos antes. Sin pensarlo más, en un ágil movimiento de manos deshizo los broches de su ropa que lentamente resbalaron por su piel, hasta el suelo, y dejaron al descubierto aquella deliciosa figura; ese cuerpo exquisito que ni siquiera yo imaginé tan perfecto.

Podia sentir el calor que emanaba de la habitación; aquella hermosa mujer desnuda se encontró de pronto envuelta en un remolino de extrañas caricias. La rubia la recorría a veces con la mirada y a veces con las manos pero parecía que había algo que detenía esa explosión de líbido inminente hasta que finalmente, en un arranque de pasión, recorriendo lentamente su espalda con las manos, llegó hasta sus nalgas por donde la apretó fuertemente contra su cuerpo y la levantó en el aire quedandole los pechos a la altura de su cara.

Mientras tanto yo, atónito admiraba la escena desde afuera. Sentí cómo un intenso calor recorrió mi cuerpo y en un frenesí de erotismo y excitación, sin darme cuenta comencé a tocarme, ahí, en la calle; no me importó más. De pronto me vi a mi mismo con mi mano urgando bajo mi pantalón y con una intensa erección que a cada contacto con mis dedos y mi pantalón mandaba ondas eléctricas a lo largo y ancho de mi cuerpo. Y mi mente, perdida, simplemente ya no respondía  a la conciencia.

La situación era ya incontrolable, fácilmente confundible con un bizarro sueño, cuando de repente....como un hipnotista que truena sus dedos a la vez que dice ¡despiértese! El caprichoso faro mercurial me bañó con su luz, iluminando la calle a mi alrededor, y por supuesto, mi bochornosa situación. La rubia volteó hacia afuera al instante que la luz llamó su atención, y ahí estaba yo, con el rostro desaliñado, los pantalones en los tobillos, mis manos bajo la ropa interior y una erección masiva debajo de ella. Ni siquiera me había dado cuenta que mi anonimato había sido descubierto hasta que escuché el grito despavorido de la rubia, a la vez que soltaba de sus brazos a aquel hermoso cuerpo de mujer que sin remedio azotó en el suelo como un tronco perdiendo la peluca, dos piernas y un brazo.

Sin pensarlo un segundo más alsé mis pantalones mientras corría alejándome de ahí, tratando de abrochar mi cinturón al trote, batallando con aquel miembro viril que ahora no era más que un estorbo entre mis piernas. Y fue así como vi por última vez aquel hermoso maniquí de cabello castaño y labios rojo carmesí que despertó en mí los más bajos de mis instintos.

jueves, 9 de julio de 2015

Despues de la lluvia de meteoros

A paso firme subí la colina, ya mi respiración no era la más relajada y claro acepto, tampoco mi condición era la más aventajada. Plantaba mis pies sobre el largo pasto y alzaba la vista esperando ver aquel ansiado paisaje del que hablaron las voces, aquel escenario de una encarnizada guerra que se dio entre el cielo y un singular jovenzuelo; un tipo sobrado de audacia que armado con palabras de filo como espada y escudado en la arrogancia supo hacer enojar al firmamento.


Al llegar a la cima lo vi todo, pastos humeantes que hablaban de una batalla, del enfrentamiento de una mente brillante en contra de las reglas del universo, de una rebelión de uno contra un millón. Pero solo quedaba la paz, y el viento que arrastraba consigo los recuerdos, los ecos de gritos de guerra que demuestran que aquel hombrecillo sacó la casta.


Ya no pude preguntarle que pasó, lo vi solo como una silueta que junto al horizonte se alejaba del paraje. Un poco despeinado, con los pantalones rotos y el calzado de huaraches de cuero de bisonte, encendía un cigarrillo y empinaba su botella. La gente dirá que perdió; si me lo preguntan, yo les diría que era el semblante de quien había ganado la batalla, aunque podría haber sido todo lo contrario. Tal vez por la sonrisa que esbozaba campante, viendo hacia el frente y ya probablemente pensando en su siguiente meteoro.


miércoles, 4 de marzo de 2015

Escritor de poesías tristes

...Caminó despacio hacia aquella habitación de poca luz y encontró en ella un empolvado escritorio hambriento de aventuras, a la espera del poeta, de los brazos del autor y del raspar de aquel carbón con el que escribe. Junto a él, una maltratada silla de oficina, una vieja lámpara que ilumina eterna, un desgastado lápiz con el borrador mordido que yacía abandonado casi a punto del suicidio y alrededor decenas de hojas de papel marchitas, repletas de frases y poesías tristes que hasta al más frio e insensible corazón le arrancaban una lagrima y suspiros de dolor.


Acomodó la silla por el respaldo y con miedo tomo asiento, se sentía aún el denso pensamiento de aquel letrista de palabras tristes que por meses se vio perdido entre nubes grises, horizontes sin luz y el eterno invierno de la ausencia de ilusiones. A pesar de todo levantó el lápiz y un intenso escalofrío recorrió su cuerpo, tomó una hoja de papel y esperó...esperó una hora, dos horas, tres horas. 


Con grafito en mano observó el profundo vacío de la hoja en blanco hasta que en un momento y sin saber por qué, lo invadio la sensacion de inexplicable felicidad, la comisura de sus labios titubeantes esbozaron la sonrisa de quien sabe que todo va estar bien, cada músculo de su entumecido cuerpo se relajó...y escribió la poesía más alegre jamás escrita.

miércoles, 22 de octubre de 2014

El Estudiante

Una avalancha de palabras rimbombantes
creadas para solucionar los problemas del mundo,
términos ingenieriles de alto nivel,
intentan entrar en mi cabeza de un solo golpe.

Como haciendo la maleta para un largo viaje:

Te aseguras de llevar todo aquello que tenga la mínima posibilidad de serte útil.

Intentas cerrar esa maleta,

es imposible.

Se sale un calcetín por aquí;

el cepillo de dientes por allá.

Te sientas en sobre la valija para forzar la cremallera
hasta que finalmente después de un forcejeo violento,
una dura lucha en la que por momentos fuiste tu quien se encontraba debajo de ella
por obra del espíritu santo los objetos se acomodan
y logras dar el ultimo jalón.....zzzzip!!click!


...donde quedaron las llaves del coche?


miércoles, 27 de agosto de 2014

Mi Conocida

Mujer bonita de tiempos escasos,
de días fabulosos y danzas de colores brillantes.
Mi breve amiga de corazón en mano
y garras de filo mortal.

Ella fue mi fugaz aventura de risas,
cómplice de una noche tranquila de bailes sensuales, 
leyendas de besos fallidos al aire
y de copas que chocan brindando a futuro.

La conocí aquel día del mes que ya no recuerdo
en una plática tendida que se ha llevado el viento,
no recuerdo tampoco su voz pero la invento.
Ha pasado ya tanto tiempo.

Ella es ahora mi amiga que no conozco
de fotos que no son mías, de viajes en que no estuve,
y tal vez un día el viento la traiga de vuelta,
en una noche tranquila de luna llena, 
es por eso que siempre dejo la ventana abierta.





martes, 25 de febrero de 2014

Itinerario de Vuelo

Ayer desperté creyendo que podía volar. Es más, tenía la certeza. Fue uno de esos días en que despiertas y te sientes tan ligero, agitas los brazos, agitas las piernas y las sientes diferente; ligeros, flexibles, pero fuertes a la vez.

Aún así no le hice caso, claro, sería estúpido creerlo de verdad. Continué mi rutina esperando que la extraña sensación desapareciera pero llego la tarde y no fue así, al contrario, la sensación de que podía volar era aún más fuerte. Casi sentía que de un buen salto podría despegarme de la tierra tan alto como el más grande de los árboles conocidos por el hombre. Ni siquiera sé cuánto mide uno de esos árboles, pero de que podía volar alto, podía.

Salí de la oficina y caminé hacia mi coche decidido a terminar con esta situación de una vez por todas; estaba convencido de que podía volar. Si cualquiera me lo hubiera preguntado en ese momento le hubiera contestado con un SI rotundo y sin más hubiera zarpado en vuelo. Deje mi maletín junto a mi coche, apreté bien las agujetas de mis zapatos (no quisiera perderlos en el espacio aéreo), me puse mi chamarra porque se bien que las temperaturas en la estratosfera son muchísimo muy frías, y por último tome un trago de agua de mi cantimplora (siempre cargo una en mi coche).

Justo a tiempo me percaté de que no tenía la menor idea de cómo debía emprender el vuelo. Supuse que era necesario correr para tomar algo de velocidad, los aviones lo hacen. Así que corrí a máxima velocidad; corrí por 50 metros y pensé, no es suficiente; corrí por otros 200 metros y pensé, espero que sea suficiente, porque no puedo más (mi condición física no es la óptima). En el instante abrí los brazos en forma de alerones (no me pregunten porque), y de un salto tome altitud con la cara al viento, eleve los pies hacia atrás y los cruce (como guardando el tren de aterrizaje); estaba volando. En mi rostro se dibujó una placentera sonrisa, por mi cuerpo corrió la adrenalina como pólvora que se enciende, en mi pecho sentía la libertad, las famosas mariposas; y cerré los ojos. 

No sé, creo que fueron más de cinco minutos los que permanecí en el aire, surcando el espacio, los cinco minutos más maravillosos de mi vida. De pronto dos ligeros golpes de suave vegetación impactaron mi cara y provocaron la curiosidad de mis ojos, por lo que levanté los párpados para encontrarme a pocos centímetros del pasto. No alcance a gritar cuando mi rostro se impactó estrepitosamente con el suelo, primero mi frente y mi ojo y después mi mejilla, para rematar con el resto de mi cuerpo mientras mis brazos aún se hallaban abiertos en todo su esplendor. Después me arrastre por césped por más de 4 metros.

Permanecí unos segundos en el suelo disimulando gemidos de dolor y me levanté lo más rápido que pude. Ya de pie me quede pensando, decepcionado dije - Bah! Aterrizaje forzoso, debo aprender a aterrizar; por lo demás, creo que ha sido un excelente vuelo.

No creo que lo vuelva a intentar, al menos no hasta que olvide lo doloroso que es el aterrizaje. Camine hacia mi coche esperando que nadie me hubiera visto, no quisiera que mi capacidad para volar recién encontrada fuera descubierta.