Esa era su excusa para ser el viejo avinagrado que siempre era. El decía que la vida nunca le dijo cómo amar, que su corazón alguna vez joven y vigoroso buscó el amor una y cien veces, que poco a poco se fue marchitando, que no quiere saber nada del maldito amor.
Su arrugada mirada parecía distante, aparentaba vivir en otro mundo, en otro tiempo; recordando siempre, abrazado a la vida que alguna vez tuvo, enamorado de la añoranza. El pobre viejo tomaba un sorbo de su cerveza caliente, dejaba que un cigarrillo se consumiera solo sobre la mesa, luchaba contra una lágrima obstinada que pesaba sobre sus párpados, rasgaba con la mano izquierda en la orilla del brazo de su sillón.
Guardé silencio por un rato; le pregunte dos veces en que pensaba.- "Intento detener mi corazón" - Respondió.
Guardé silencio por un rato; le pregunte dos veces en que pensaba.- "Intento detener mi corazón" - Respondió.
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