jueves, 9 de julio de 2015

Despues de la lluvia de meteoros

A paso firme subí la colina, ya mi respiración no era la más relajada y claro acepto, tampoco mi condición era la más aventajada. Plantaba mis pies sobre el largo pasto y alzaba la vista esperando ver aquel ansiado paisaje del que hablaron las voces, aquel escenario de una encarnizada guerra que se dio entre el cielo y un singular jovenzuelo; un tipo sobrado de audacia que armado con palabras de filo como espada y escudado en la arrogancia supo hacer enojar al firmamento.


Al llegar a la cima lo vi todo, pastos humeantes que hablaban de una batalla, del enfrentamiento de una mente brillante en contra de las reglas del universo, de una rebelión de uno contra un millón. Pero solo quedaba la paz, y el viento que arrastraba consigo los recuerdos, los ecos de gritos de guerra que demuestran que aquel hombrecillo sacó la casta.


Ya no pude preguntarle que pasó, lo vi solo como una silueta que junto al horizonte se alejaba del paraje. Un poco despeinado, con los pantalones rotos y el calzado de huaraches de cuero de bisonte, encendía un cigarrillo y empinaba su botella. La gente dirá que perdió; si me lo preguntan, yo les diría que era el semblante de quien había ganado la batalla, aunque podría haber sido todo lo contrario. Tal vez por la sonrisa que esbozaba campante, viendo hacia el frente y ya probablemente pensando en su siguiente meteoro.


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