...Caminó despacio hacia aquella habitación de poca luz y encontró
en ella un empolvado escritorio hambriento de aventuras, a la espera del poeta,
de los brazos del autor y del raspar de aquel carbón con el que escribe. Junto
a él, una maltratada silla de oficina, una vieja lámpara que ilumina eterna, un
desgastado lápiz con el borrador mordido que yacía abandonado casi a punto del
suicidio y alrededor decenas de hojas de papel marchitas, repletas de frases y
poesías tristes que hasta al más frio e insensible corazón le arrancaban una
lagrima y suspiros de dolor.
Acomodó la silla por el respaldo y con miedo tomo asiento, se sentía
aún el denso pensamiento de aquel letrista de palabras tristes que por meses se
vio perdido entre nubes grises, horizontes sin luz y el eterno invierno de la
ausencia de ilusiones. A pesar de todo levantó el lápiz y un intenso escalofrío
recorrió su cuerpo, tomó una hoja de papel y esperó...esperó una hora, dos
horas, tres horas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario