No solía caminar a menudo por esa calle, pero aquella noche, por azares del destino; por una de esas veces en que, por faltarle el respeto a la rutina, decides caminar derecho en vez de ir a la izquierda; tomé aquella ruta que me llevó hasta ese lugar donde pasó lo que pasó:
Iba yo por aquella calle extremadamente oscura que caminé más bien como un reto a mi propia valentía que como un atajo a mi destino. La luz mercurial que alumbraba la calle había estado fallando desde hacía varios días y había decidido por si sola prender de manera irregular e intermitente dependiendo de su humor.
De pronto una luz que se encendió en el ventanal de un edificio que se encontraba en la acera contraria llamó mi atención. No soy un curioso compulsivo ni mucho menos un acosador nocturno, pero supongo que esa vez no pude resistir porque lo que ví era ciertamente irresistible. Me acerqué lentamente confiado en que, estando tan iluminado dentro del edificio, y tan oscuro fuera de él, era casi imposible que me vieran.
Fué asi como mis ojos se encontraron con aquella hermosa mujer de cabello castaño y labios rojo carmesí, que se encontraba ahí, con la mirada perdida en el horizonte invisible de la noche. Como bien lo supuse, ella no podía verme porque nunca se inmutó con mi presencia. Como por instinto me ví atraído hacia ella, hipnotizado por su encanto, y quedé ahi parado, oculto en la oscuridad, contemplándola, deseándola.
Vestía un sobrio y elegante traje sastre que, a mi gusto, la hacía lucir aún mas provocativa. Aquella falda pegada al cuerpo que delineaba su esbelta figura y que terminaba apenas arriba de las rodillas; una blusa blanca que en su escote dejaba ver apenas el inicio de sus pechos perfectos y unos anteojos que le daban un aire audaz e intelectual.
La recorrí toda con la mirada; 37 segundos tardé solamente en recorrer sus piernas y disfruté cada centímetro de ellas como si realmente pudiera tocarlas. Mi irreverente imaginación no tardó en despojarla de sus ropas para mostrar su desnudez exquisita y yo trataba de discimular mi excitación mientras que mi cuerpo me traicionaba; mis piernas se doblaban e inconscientemente inclinaba mi cabeza como tratando de asomarme por entre sus piernas, hasta lo más profundo. Su sexo descubierto ante mi, inmaculada perfección de labios carnosos y piel de durazno que al primer contacto con mi mirada desató en mí un violento suspiro entrecortado, tensando cada músculo de mi cuerpo y convirtiendo mis manos en puños de piedra.
Y continué recorriéndola, imaginándola a travéz de sus ropas; aquella blusa blanca que dejaba entrever el color de su piel, la forma perfecta de sus senos, e intuir el color claro y rosado de sus pezones que al más mínimo contacto se yerguen y disparan un escalofrío que llega hasta el último rincón de su cuerpo. Las delicadas líneas de su rostro esbozando una coqueta sonrisa apenas descifrable que me contagió de inmediato y dibujó la misma sonrisa en mi boca, como respondiendo a la de ella. Sus ojos verde esmeralda que se refugiaban detrás de esos anteojos pero que aún así dejaban sentir su mirada fija y penetrante hacia el horizonte. Esa boca de color rojo intenso que invitaba a invadirla sin remedio y en la que ya imaginaba la infinita pausa del momento previo cuando nuestros labios se tocaran con el aliento mutuo, el segundo más largo, la espera eterna del beso.
En ese momento, algo interrumpió mi viaje a travéz de su geografía corporal y me despertó de ese sueño inevitable de verla desnuda frente a mí. Era otra mujer, una rubia que llegaba y me hizo poner los pies de nuevo en la tierra y la verguenza me invadió al darme cuenta que había sido sorprendido en mis pensamientos de lujuria y tornandose mi tez roja, de inmediato me alejé de la ventana y volteé la mirada hacia otro lado, pero no pude alejarme más; porque no quería dejar de verla y perderla para siempre.
Aún la observé desde lejos por la comisura de mis ojos; ninguna de las dos daba cuenta de mi presencia, y fue en ese momento cuando un disparo de adrenalina corrió por mis venas y mis ojos salieron de sus órbitas mientras que veía como la recién llegada comenzaba a acariciarle el cabello. Nerviosa, volteó a su alrededor para cuidar que nadie la observara y comenzó a recorrer su cuerpo con sus manos, todo completo, introduciendo sus manos bajo su falda y su blusa, disfrutando su piel tal como yo lo había imaginado minutos antes. Sin pensarlo más, en un ágil movimiento de manos deshizo los broches de su ropa que lentamente resbalaron por su piel, hasta el suelo, y dejaron al descubierto aquella deliciosa figura; ese cuerpo exquisito que ni siquiera yo imaginé tan perfecto.
Podia sentir el calor que emanaba de la habitación; aquella hermosa mujer desnuda se encontró de pronto envuelta en un remolino de extrañas caricias. La rubia la recorría a veces con la mirada y a veces con las manos pero parecía que había algo que detenía esa explosión de líbido inminente hasta que finalmente, en un arranque de pasión, recorriendo lentamente su espalda con las manos, llegó hasta sus nalgas por donde la apretó fuertemente contra su cuerpo y la levantó en el aire quedandole los pechos a la altura de su cara.
Mientras tanto yo, atónito admiraba la escena desde afuera. Sentí cómo un intenso calor recorrió mi cuerpo y en un frenesí de erotismo y excitación, sin darme cuenta comencé a tocarme, ahí, en la calle; no me importó más. De pronto me vi a mi mismo con mi mano urgando bajo mi pantalón y con una intensa erección que a cada contacto con mis dedos y mi pantalón mandaba ondas eléctricas a lo largo y ancho de mi cuerpo. Y mi mente, perdida, simplemente ya no respondía a la conciencia.
La situación era ya incontrolable, fácilmente confundible con un bizarro sueño, cuando de repente....como un hipnotista que truena sus dedos a la vez que dice ¡despiértese! El caprichoso faro mercurial me bañó con su luz, iluminando la calle a mi alrededor, y por supuesto, mi bochornosa situación. La rubia volteó hacia afuera al instante que la luz llamó su atención, y ahí estaba yo, con el rostro desaliñado, los pantalones en los tobillos, mis manos bajo la ropa interior y una erección masiva debajo de ella. Ni siquiera me había dado cuenta que mi anonimato había sido descubierto hasta que escuché el grito despavorido de la rubia, a la vez que soltaba de sus brazos a aquel hermoso cuerpo de mujer que sin remedio azotó en el suelo como un tronco perdiendo la peluca, dos piernas y un brazo.
Sin pensarlo un segundo más alsé mis pantalones mientras corría alejándome de ahí, tratando de abrochar mi cinturón al trote, batallando con aquel miembro viril que ahora no era más que un estorbo entre mis piernas. Y fue así como vi por última vez aquel hermoso maniquí de cabello castaño y labios rojo carmesí que despertó en mí los más bajos de mis instintos.