martes, 28 de diciembre de 2010

Buena Compañía

Ayer una pequeña pasajera decidió acompañarme mientras manejaba de regreso a casa; supongo que le caí bien. No la llamaré interesada, pero temo que mi llamativo automóvil azul brillante fue un factor importante para que yo gozara de tan amena comparsa. Todo sucedió de manera un poco extraña porque fue mientras esperaba el 'siga' en un semáforo cuando ella se montó en mi vehículo, sin preguntar ni saludar; y ya que la vi ahí pues decidí llevarla. Como yo no sabía cuál era su destino, y no parecía que fuera decírmelo, decidí seguir mi acostumbrada ruta a casa.

Al encenderse la luz verde, avancé, y de inmediato mi pasajera pareció disfrutar el golpe del viento sobre su cara. En una inusualmente fresca tarde de verano, en pleno Agosto y con una deliciosa brisa que soplaba en dirección Este, mi acompañante dedicó el resto del viaje a regocijarse con el viento que entraba por la ventana. Yo respeté su silencio y decidí no romperlo, y así conduje varios kilómetros sólo observando con curiosidad como ella disfrutaba del paseo; podía ver su rostro que al impacto del viento se deformaba y con sus ojos casi cerrados esbozaba una sonrisa.

Minutos después, me encontraba en el último alto antes de entrar al residencial donde esta mi casa, su casa, y fue entonces que empecé a preguntarme qué es lo que haría con mi curiosa copiloto. No creí que su intención fuera venir hasta mi casa, y por primera vez tuve el presentimiento de que tal vez no fue tan buena idea permitirle la libertad de subir a mi carro. En eso, llegó mi turno de avanzar en la intersección e iba yo tan concentrado en mi problema con la pasajera, que no di cuenta de un inconsciente conductor que decidió que no se detendría en el alto a esperar que yo pasara y la coincidencia de nuestros coches en algún punto de la intersección sería inminente, por lo que me vi forzado a ejecutar una violenta maniobra evasiva. El brusco movimiento sacó de su pacífico trance a mi acompañante y así, en cuestión de segundos, tal y como había ella llegado, extendió sus alas y emprendió el vuelo para perderse rápidamente en la luz del sol que ya daba sus últimos resplandores.

Entonces, me quedé pensando en aquella abejita que tal vez sin saber lo que le esperaba decidió posarse en mi ventana, y al sentir el fuerte viento sobre ella, instintivamente se afianzó y resistió la fuerte brisa hasta que en la primera oportunidad que tuvo, voló hacia la libertad. Ahora, lejos de casa y desorientada, probablemente no podrá regresar a su colmena y morirá irremediablemente sola.

Quién sabe, tal vez para ella valió la pena. La vida es demasiado corta, y ya tuvo el mejor viaje de su vida. Después de ahí, sólo le resta ser libre hasta la muerte. Quisiera saber de ella pero supongo que esta muy ocupada siendo libre como para venir a visitarme. ⌐⌐

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