Cierra los ojos, fuerte, más fuerte, que se te arrugue la frente, que las patas de gallo se asomen, que se exprima una lágrima por la comisura del ojo...bien.
Ahora aprieta los dientes, muerde como si fueras un animal carnívoro que de una sola mordida penetra en la carne fresca y tritura los huesos, no hagas caso si una gota de saliva escapa por tus labios y forma un largo hilo hasta el suelo, muerde como si intentaras romper una cadena con los dientes...así, bien.
Los puños; coloca el dedo pulgar por fuera del resto de tus dedos y presiona. Presiona contra la palma de tus manos, hasta que la ultima molécula de oxigeno haya salido de entre tus puños, no importa si con tus uñas perforas la piel de tus manos, no importa que la sangre recorra por tu brazo....eso es.
Continua haciendo lo anterior hasta que drenes todas las fuerzas de tu cuerpo, que las rodillas se te doblen, déjate caer.
Respira, respira, respira. Alimenta tu fuerza con cada bocanada de aire que aspiras.
Desea. Desea con el alma. Siente eso que quema en tu pecho, haz que llegue hasta tus brazos y tus piernas. Desea hasta que te duela y no puedas más. Que tu deseo sea tan grande que tu cuerpo ya no pueda contenerlo; que se llene de él la habitación, que salga por las ventanas y debajo de la puerta, que inunde tu jardín, que corra por las coladeras, que lo respire la gente...que llegue hasta allá.
Abre los ojos...relájate. Nada ha pasado.
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