jueves, 9 de julio de 2015

Despues de la lluvia de meteoros

A paso firme subí la colina, ya mi respiración no era la más relajada y claro acepto, tampoco mi condición era la más aventajada. Plantaba mis pies sobre el largo pasto y alzaba la vista esperando ver aquel ansiado paisaje del que hablaron las voces, aquel escenario de una encarnizada guerra que se dio entre el cielo y un singular jovenzuelo; un tipo sobrado de audacia que armado con palabras de filo como espada y escudado en la arrogancia supo hacer enojar al firmamento.


Al llegar a la cima lo vi todo, pastos humeantes que hablaban de una batalla, del enfrentamiento de una mente brillante en contra de las reglas del universo, de una rebelión de uno contra un millón. Pero solo quedaba la paz, y el viento que arrastraba consigo los recuerdos, los ecos de gritos de guerra que demuestran que aquel hombrecillo sacó la casta.


Ya no pude preguntarle que pasó, lo vi solo como una silueta que junto al horizonte se alejaba del paraje. Un poco despeinado, con los pantalones rotos y el calzado de huaraches de cuero de bisonte, encendía un cigarrillo y empinaba su botella. La gente dirá que perdió; si me lo preguntan, yo les diría que era el semblante de quien había ganado la batalla, aunque podría haber sido todo lo contrario. Tal vez por la sonrisa que esbozaba campante, viendo hacia el frente y ya probablemente pensando en su siguiente meteoro.


miércoles, 4 de marzo de 2015

Escritor de poesías tristes

...Caminó despacio hacia aquella habitación de poca luz y encontró en ella un empolvado escritorio hambriento de aventuras, a la espera del poeta, de los brazos del autor y del raspar de aquel carbón con el que escribe. Junto a él, una maltratada silla de oficina, una vieja lámpara que ilumina eterna, un desgastado lápiz con el borrador mordido que yacía abandonado casi a punto del suicidio y alrededor decenas de hojas de papel marchitas, repletas de frases y poesías tristes que hasta al más frio e insensible corazón le arrancaban una lagrima y suspiros de dolor.


Acomodó la silla por el respaldo y con miedo tomo asiento, se sentía aún el denso pensamiento de aquel letrista de palabras tristes que por meses se vio perdido entre nubes grises, horizontes sin luz y el eterno invierno de la ausencia de ilusiones. A pesar de todo levantó el lápiz y un intenso escalofrío recorrió su cuerpo, tomó una hoja de papel y esperó...esperó una hora, dos horas, tres horas. 


Con grafito en mano observó el profundo vacío de la hoja en blanco hasta que en un momento y sin saber por qué, lo invadio la sensacion de inexplicable felicidad, la comisura de sus labios titubeantes esbozaron la sonrisa de quien sabe que todo va estar bien, cada músculo de su entumecido cuerpo se relajó...y escribió la poesía más alegre jamás escrita.